26 octubre, 2006

Caravana hacia el cielo (Relato)

Conducía rápidamente, las ruedas se deslizaban por el asfalto a toda velocidad, y sin embargo no veía la carretera. Iba enojado, cabreado, recordando su última frase. Empecé a analizar cada una de las palabras que nos dijimos, y en seguida me avergoncé. Deseaba llegar de nuevo a casa para pedirle perdón, para abrazarla y besarla y fundirme en sus brazos. Seguramente estaría llorando, preguntándose a donde habría ido cuando dí el portazo. De pronto una luz me cegó por completo, durante unos segundo perdí el control del vehículo, pero rápidamente pude hacerme con el. Cuando conseguí tranquilizarme me encontré formando parte de una caravana de vehículos en una carretera que no conocía. Era una carretera de un solo carril y un solo sentido, avanzábamos lentamente, y no se veía el final. Decidi calmarme de paciencia y repasar las palabras que le diría cuando llegara a casa. La caravana avanzaba, y pude ver que al final de la misma había una cabina con una barrera. Ya era mi turno, se me acercó un anciano de barba blanca que me preguntó: ¿y su accidente como fue?

12 octubre, 2006

El Jardín de los Deseos (Cuento Infantil)

Existía en tierra de nadie un jardín al que llamaban de los deseos. El jardín de los deseos era el más hermoso que había en toda la tierra, lleno de gran cantidad de flores de todo tipo y colores, inmensos árboles con frondosas ramas que producían una agradable sombra para sentarse en ella, por el jardín corría un precioso río de agua fresca y clara en el que nadaban preciosos peces de colores, y que desembocaba en un espectacular lago repleto de patos silvestres y hermosos cisnes blancos.
El jardín de los deseos lo llamaban así porque circulaba una leyenda que decía que todas las cosas bellas que había en el, eran gracias a la generosidad de siete niños.
Los 7 niños, que eran todos primos, estaban de excursión, y caminando caminando llegaron a un jardín seco y abandonado en el que se encontraba una joven muy triste. Los niños le preguntaron el motivo de su tristeza, y la joven les contó que el motivo era que en el jardín donde vivía ya no había flores, ni árboles, ni agua y todos los animalitos se habían marchado porque se había convertido en un lugar triste y oscuro, y todo por culpa del dragón de la cueva que se comía y bebía todo lo que encontraba a su paso, árboles, flores, peces y había convertido el jardín en un lugar feo y sucio.
Ignacio, que era el mayor de los niños, le contó que estaban de excursión y que como estaba anocheciendo necesitaban un lugar donde pasar la noche. Idaira, que así se llamaba la joven, les dijo que en el jardín existía una pequeña cabaña de madera donde podrían dormir todos, y estarían más resguardados del frío de la noche.
Cuando llegaron a la cabaña, Idaira les preparó algo para cenar e inmediatamente se acostaron para poder levantarse temprano. Pero los dos Ignacios, Gonzalo, Alvaro y la prima Blanca, que eran los mayores no podían dormir después de haber escuchado a Idaira contar la historia del dragón. Como estaban muy inquietos no pararon de hablar toda la noche, imaginando cómo sería el dragón.

- Seguro que está muy gordo porque se lo come todo- decía Blanca.
- Pero los dragones tienen un cuerpo muy grande así que necesitan comer mucho- respondió Ignacio.
- ¿habéis visto alguna vez un dragón de verdad? – preguntó Gonzalo.
- No, nunca – respondieron todos.
- Yo vi uno una vez – dijo Alvarito – pero pasó volando muy rápido por encima de la casa y no pude verlo bien.
- Anda ya – contestó Ignacio su hermano – si eso no era un dragón, era el parapente de papá.
- Aahhh, pues parecía un dragón gigantesco porque además hacía un ruido así , ggggrrrrrrrr – dijo Alvaro.
-
Y todos rieron a carcajadas.

- Mañana podríamos ir a investigar donde vive el dragón para saber como es – propuso Ignacio.
- Vale, vale – contestaron todos entusiasmados.

Enseguida se quedaron todos dormidos, soñando cada uno cómo sería su encuentro con el dragón al día siguiente.
La primera que se despertó fue Blanca, e inmediatamente despertó a todos los demás. Idaira les había preparado un suculento desayuno con tostadas, zumo de naranja, leche y unos riquísimos bizcochos rellenos de chocolate.
Blanca ayudó a vestir a Valentina que era la más pequeñita, porque Angelita no había podido ir la excursión, porque aún era muy pequeña y no sabía andar, así que se había quedado con su mamá.
Fernandito y Alvaro fueron los primero en terminar de desayunar, y estaban dispuestos y preparados para ir en busca del dragón.

- Daos prisa, no debemos perder mas tiempo, que esta misma tarde se acaba la excursión y ya no podremos ir a buscar al dragón – gritaba Alvaro.

Los dos Ignacios decidieron que ellos serían los jefes de la expedición y que todos los demás tendrían que obedecerles para que nadie se perdiera. Todos estuvieron de acuerdo porque eran los dos más mayores.
Idaira los condujo hacia la cueva del dragón entregándoles una linterna porque el interior de la cueva estaba muy oscura y podían tropezar.
Poco a poco fueron entrando todos en la cueva y empezaron a recorrer pasadizos de piedra hasta que llegaron a otra gran cueva.

- Ohhhhh – gritaron todos sorprendidos.
- Ahí está el dragón – gritó Valentina – y está muy gordo.
- Claro, si no para de comer – respondió Ignacio.

El dragón al escuchar las voces de los niños, se despertó, pero en lugar de rugir e intentar cazarlos, resopló y se quedó tumbado.
De pronto, Blanca, se fue acercando despacio, observando detenidamente las facciones del dragón.

- Pero si no es un dragón, es una dragona. ¿Veis que tiene las pestañas muy largas, y los labios pintados? – dijo sorprendida.
- Siiiiiiii, es verdad – respondieron todos.
-
La dragona, viendo que los niños no paraban de hablar, les preguntó.

- ¿Qué hacéis aquí? ¿No veis que estoy intentando descansar?
- Nos ha contado la joven Idaira , que tu eres la que te comes todas las flores, los peces y te bebes el agua del jardín – dijo Ignacio.
- Si, es que tengo mucha hambre- les dijo la dragona.
- Pues que sepas que te estás poniendo muy gorda de tanto comer – dijo Blanca que era muy coqueta.
- No, no estoy gorda de comer, es que voy a tener un bebé, y por eso tengo la barriga tan gorda – explicó la dragona.
- Anda, igual que mamá, cuando tenía a Angelita dentro – dijeron Ignacio y Alvaro al unísono.
- Si, cuando se va a tener un bebé, se pone la barriga muy gorda y te entra mucha hambre, por eso me voy al jardín a comerme todo lo que encuentro.
- ¿Y ahora que hacemos? – preguntó Ignacio a sus primos – no podemos decirle a la dragona que no coma porque tiene que alimentarse para que su bebé crezca sano y fuerte.
- Volvamos a la casita para contarle a Idaira lo que hemos descubierto – propuso Gonzalo.

La dragona, les estaba muy agradecida por no haber intentado cazarla porque todo el que la veía intentaba hacerle daño y encerrarla en una jaula para llevarla a un zoologico.

- Tomad, como agradecimiento os daré este hueso mágico, perteneció a uno de mis antepasados que era un dragón Mago. Podéis pedir cada uno un deseo y se os concederá.

Los niños le dieron las gracias y salieron de la cueva.
Mientras iban caminando hacia la casita del jardín, cada uno pensaba ilusionado en el deseo que pediría.

- Tengo una idea – gritó Ignacio de repente- volvamos corriendo porque creo que tengo la solución al problema del jardín de Idaira.

Cuando llegaron a la casita, le contaron a Idaira todo lo que había ocurrido.

- Pobrecita – se compadeció Idaira – por eso tenía tanta hambre. Pues me temo que este jardín siempre se va a quedar así, porque cuando nazca el bebe dragón también vendrá a comer aquí.
- Pero yo tengo la solución – dijo triunfante Ignacio.
- ¿Cuál? – preguntaron todos al unísono.
- Vamos a pedir todos el deseo que nos ha sido concedido, y yo voy a empezar pidiendo que : “Crezcan árboles mágicos en el jardín y que si alguien los estropea o se los come vuelvan a crecer al instante y así eternamente”- dijo triunfante.

Todos los primos se quedaron sorprendidos con su deseo, y pensaron que era una gran idea.

- Pues yo deseo que “Crezcan flores mágicas de todos los tipos y colores y que si alguien las estropea, las pisotea o se las come, vuelvan también a crecer al instante y así para siempre” – continuó deseando su primo Ignacio.
- Y yo deseo que “ Corra un río de agua fresca y clara y que nunca jamás se acabe aunque beban mucho de el” – dijo Blanca.

Ahora tu Gonzalo, dijo Idaira.

- Yo deseo “que haya muchos peces de colores en el río, y que si alguien los pesca, vuelvan a nacer y crecer muchos más y nunca se acaben.
- Me toca a mi, me toca a mi – dijo Alvaro ilusionado – yo quiero que haya un hermoso lago de agua cristalina, y que nunca jamás se seque, aunque no llueva.
- Yo quiero que en el lago haya muchos patos silvestres y cisnes blancos, y que si alguien los caza, que vuelvan a nacer muchos más y que nunca desaparezcan – dijo entusiasmado Fernandito al que le gustaban mucho los animales.
-
Idaira miró a Valentina, que pensaba y pensaba cual podría ser su deseo porque al jardín ya no le faltaba nada para ser hermoso.

- Quiero que este jardín y su cabaña existan para siempre, para que todos los primos podamos venir aquí de excursión todos los años para visitar a Idaira y a la dragona y su bebé.
- ¡¡¡ Bien, bien!!! – gritaron todos contentos.

Idaira les dijo a los niños que habían sido muy generosos porque en lugar de pedir algo para ellos, habían pensado en ella, y la dragona y habían utilizado su deseo para hacer algo bueno por los demás, y como recompensa por su buena acción les regaló a cada uno una bolsa de sugus mágica, que aunque comieras y comieras nunca se acababan.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

25 septiembre, 2006

Pueblo Chiquito (Cuento Infantil)

Pueblo Chiquito era un pequeño pueblo situado a la orilla del rio Púrpura. Era diferente a todos los pueblos del mundo porque en él sólo vivían niños, no se permitía la entrada a los mayores, y la única persona adulta que vivía con ellos era un hada viejita a la que todos llamaban Mabelina.
Los papás de los niños querían mucho a Mabelina y por eso todos los veranos llevaban a sus hijos a Pueblo Chiquito. Todos los niños la adoraban porque sabía convertir las piedras en caramelos, el río Purpura en espumoso rio de chocolate, y un desierto en un precioso parque con columpios y juguetes. Además los cuidaba y los quería como si fueran sus propios hijos.
Un día, estaban todos jugando en el jardin cuando apareció Alvaro, uno de los más pequeños, llorando desconsoladamente y con la cara tapada con sus pequeñas manos.
Todos le preguntaron qué le ocurría.
- Me han borrado la nariz – contestó entre sollozos.
- Ja, ja, ja, no digas tonterías – dijo riendo su hermano Ignacio.
Ignacio agarró sus manos y fue destapando poco a poco la cara de su hermano.
- Oohhhhhhh, - gritaron todos sorprendidos
Su cara ya no tenía nariz.
- ¿Quien te ha borrado la nariz?- dijo Ignacio enfadado.
- No lo se, caí en una trampa al otro lado del rio….-Empezo a contar Alvaro
- ¿y que hacías tu allí?- le interrumpió aun más enojado Ignacio.
- Es que estaba buscando piedras para que Mabelina las convirtiera en caramelos, y sin darme cuenta me adentré en la zona prohibida.

La zona prohibida era un bosque situado al otro lado del río, al que tenían terminantemente prohibido entrar porque se decía que si entrabas allí te perdías y no volvías a salir jamas.

Alvaro les contó que caminaba buscando las piedras más grandes para tener enormes caramelos cuando sin darse cuenta se adentró en el bosque, entonces empezó a correr asustado pero quedó atrapado en una enorme red-trampa. El gritaba pidiendo ayuda pero nadie podía oirle, y al cabo del tiempo, ya cansado de gritar y patalear, se quedó dormido. Cuando se despertó se encontró tumbado en el suelo cerca del pueblo, y fue cuando se dio cuenta de que le habían borrado la nariz de la cara.
Mientras Alvaro relataba su historia no paraba de llorar, entonces Mabelina le dijo:
- No te preocupes, Alvarito, que yo te voy a dibujar una nariz nueva mientras encontramos la tuya -
- Gracias Mabelina – respondió Alvarito contento.

Mabelina le pidió a Ignacio que la acompañara a buscar la nariz de su hermano. Estuvieron buscando por los alrededores de la zona prohibida, pero no encontraron nada. De pronto llegó corriendo uno de los niños del pueblo.
- Corred, corred, venid a ver lo que ha pasado.
Mabelina e Ignacio fueron corriendo al pueblo y se encontraron que Gonzalito, otro de los niños, estaba llorando desconsoladamente con la cara tapada como Alvaro, pero sin decir una sola palabra. Todos le preguntaban qué le pasaba, pero el no contestaba.
Cuando Mabelina le destapo la cara, todos se sorprendieron al ver que le había borrado la boca. Mabelina lo consoló diciendole que le pintaría una nueva boca mientras encontraban la suya.
Esa misma noche, Ignacio, que era un niño muy valiente, salió de su cuarto, se puso un abrigo y se fue el solo a buscar por los alrededores de la zona prohibida. Como estaba tan oscuro no se dio cuenta que poco a poco se iba adentrando en el bosque cuando de repente se vio atrapado en una enorme red colgada de un árbol. Empezó a escuchar grandes pisadas que se acercaban y de pronto entre la maleza apareció un enorme ogro de color verde, con grandes dientes torcidos y una fea y gran nariz que le ocupaba toda la cara.
El ogro agarró la red y lo cargó a la espalda como si fuera un saco. El gritaba y pataleaba para que lo soltara, pero el ogro no le hacía caso. Al cabo de un rato, llegaron a una cueva y el ogro metió a Ignacio en una jaula, pero el siguió gritando y zarandeando la jaula hasta que el cansancio hizo que se quedara dormido.

Al día siguiente, cuando Ignacio se despertó, se fue a frotar los ojos y se dio cuenta de que también se los habían borrado de la cara. No podía ver nada. Pero escuchaba una dulce voz cantando una hermosa canción que decía:

Mi niño ya tiene preciosa nariz,
para oler las flores de todo el jardín,
mi niño ya tiene hermosa boquita,
para poder comer la rica sopita
mi niño ya tiene dos lindos ojitos,
que iluminan todo como dos luceritos.

- ¿Quién está cantando? – Preguntó Ignacio.
- Soy mamá Ogra – le contestó una dulce voz.
- ¿Eres tu quien me ha borrado los ojos? Preguntó Ignacio.
- Si, para ponérselos a mi hijito.
- ¿es que tu hijito no tiene ojos? – preguntó intrigado.
- Si, pero son ojos de ogro, y son muy feos.
- Y tambien le has borrado la nariz a mi hermano.
- Si, porque tiene nariz de ogro y es muy fea.
- Y la boca de Gonzalito, ¿tambien se la has borrado tu?.
- Si, porque tenía boca de ogro y era muy fea.

Mamá ogra le explicó que su hijito quería ir a pasar el verano a Pueblo Chiquito, pero le daba vergüenza porque era muy feo, y se iban a reir de el, por eso su madre decidió ponerle una cara nueva, pero para eso tenía que quitarsela a otros niños.

- Pero a nosotros no nos importa que sea feo – contestó Ignacio.
- ¿Ah no?- pregunto mamá ogra.
- No, allí hay muchos niños y niñas feos, pero eso no nos importa porque son buenos, cariñosos y divertidos. –
- Mi hijo es muy divertido y cuenta unos chistes muy graciosos.
- Pues entonces dile que se venga conmigo a Pueblo Chiquito, pero con la condición de que devuelvas a los niños lo que les pertenece, empezando por darme mis ojos.

Mamá ogra, cogió un pañuelo dorado, lo impregnó de un líquido y se lo puso en los ojos a su hijo, cuando lo retiró, los ojos se habían borrado de su cara y estaban en el pañuelo que colocó en la cara de Ignacio.
Cuando Ignacio se quitó el pañuelo de la cara ya podía ver. Sus ojos estaban de nuevo en su sitio y se puso tan contento que empezó a dar saltos de alegría y la jaula se calló al suelo, la puerta se abrió y el pudo salir.
Pero en lugar de escaparse corriendo, le dijo a Mamá Ogra que le dejara llevarse a Ogrito al pueblo para que todos los niños lo conocieran.
Mamá Ogra terminó de borrarle la cara a Ogrito, y le dio a Ignacio en una cajita la nariz de Alvarito y la boca de Gonzalito.

Cuando Ignacio y Ogrito llegaron a Pueblo Chiquito, Ignacio les contó la historia que le había contado mamá Ogra y sacó la cajita para devolverle a Alvarito y a Gonzalito su nariz y su boca.
Todos estaban muy contentos y Mabelina decidió celebrar una fiesta para darle la bienvenida a Ogrito, donde habría muchas chucherías, y un castillo hinchable con bolas de colores para que pudieran jugar.

Y colorin colorado este cuento se ha acabado, y si no te ha gustado te comes un emparedado.

22 septiembre, 2006

El Bosque de los Recuerdos Perdidos (Cuento Infantil)

Hace muchos muchos años, en un inmenso bosque en la comarca de Nayad, vivía una niña llamada Gaboh. Vivía en una pequeña cabaña de madera con chimenea, y un jardín rodeado de una valla blanca. Gaboh salía todas las mañanas al bosque a buscar alimentos y leña.
Un día, cuando estaba en el río pescando, se encontró con un niño pequeño escondido entre los matorrales que tiritaba de frío y lloraba desconsoladamente.
-¿Qué te pasa? -preguntó Gaboh.
- Que me he perdido y no encuentro a mis papitos.
- ¿Qué son papitos? - preguntó de nuevo Gaboh
El niño la miró extrañado y siguió llorando.
- Ven conmigo, que tengo una cabaña aquí al lado y te cuidaré hasta que aparezcan los papitos – dijo Gaboh.
Olay, que así se llamaba el pequeño, la siguió hasta la cabaña. Gaboh le preparó una maravillosa comida con lo que había pescado y las frutas que había cogido y poco a poco Olay dejó de llorar. Gaboh, viendo que estaba más tranquilo, volvió a preguntale.
- ¿Qué son los papitos?
- ¿Papitos?- contestó Olay. – No lo sé.
En ese bosque, a partir del medio día, todo el que se adentrara en él perdía todos sus recuerdos.
Gaboh y Olay se hicieron muy buenos amigos. Jugaban siempre juntos y eran muy felices. Un día, Gaboh fue a pescar al río, y Olay, al ver que no regresaba salió a buscarla. Cuando volvió a casa ya anocheciendo, se encontró en el jardín la cesta del pescado y junto a ella había florecido una preciosa rosa de suaves pétalos blancos. Entró en la casa pensando que Gaboh ya había regresado pero al ver que no era así salio de nuevo y anduvo por todo el bosque gritando su nombre.De pronto, entre los árboles, descubrió uno que tenía una puerta camuflada entre sus ramas. Abrió la puerta y entró en el árbol, bajó por unas escaleras en forma de caracol hechas de tronco, y cuando llegó al final vió que había una gran puerta donde se podía leer “Recuerdos robados”. Empujó la puerta y esta se abrió lentamente. Se encontró con una sala donde había pasillos y pasillos de estanterías repletas de botes de cristal vacíos con un nombre escrito en cada uno. Empezó a recorrer los pasillos y de pronto vió un bote con su nombre. Estaba lleno de pequeños torbellinos de varios colores que recorrían el interior de arriba abajo como intentando escapar, seguidamente lo agarró, lo abrió y los pequeños torbellinos salieron precipitadamente y empezaron a volar por encima de su cabeza y a hacerle cosquillas por todo el cuerpo. Olay empezó a reir a carcajadas y los torbellinos aprovecharon para meterse por su boca. De pronto, Olay, empezó a recordarlo todo. Recordaba a sus padres, sus hermanos, su casa, su perro, y como se había perdido estando en el campo comiendo con su familia.Allí estaban los recuerdos de todos los niños que se habían perdido en el bosque.
Empezó a subir las escaleras corriendo cuando tropezó con algo. Era una enorme llave de oro. La tomó en sus manos y de repente apareció ante el una puerta dorada. Introdujo la llave en la cerradura y la abrió. Había una habitación pequeña donde un niño lloraba en su cama.
- ¿Qué te pasa? – Preguntó Olay.
- ¿Quién eres tú, y qué haces aquí? – Preguntó el niño.
- Soy Olay, y me he perdido en el bosque y ¿tú quien eres?
- Soy Gaboh – respondió el niño.
- Tu no eres Gaboh, yo la conozco y tu no eres ella. El niño empezó a llorar otra vez desconsoladamente.
- Si, es verdad. Yo no soy Gaboh. Mi nombre es Urlan el pequeño Mago, y desde siempre he vivido solo en este bosque. No tengo pasado, no tengo recuerdos, no tengo nada que añorar – se lamentaba – y por eso decidí apoderarme de los recuerdos de todos los niños que se adentraban en el bosque. Cada día me bebía un bote de recuerdos y tenía la sensación de formar parte de algo, de una familia, de sentirme querido, tenía recuerdos alegres, tenía recuerdos tristes, y me sentía plenamente feliz. Pero hace poco, visité el pueblo y pude darme cuenta de lo infelices que eran los padres que habían perdido a sus hijos, y por eso ahora estoy tan triste.
- ¿Y donde están todos esos niños sin recuerdos? – preguntó Olay.
- Todos viven en el bosque, pero cuando me bebo sus recuerdos se convierten en hermosas flores.
Olay comprendió que la rosa que había aparecido en el jardin de la casa era, en realidad, Gaboh. - ¿ Y hay alguna forma de que esos niños vuelvan a tener sus recuerdos?
- Si recoges todas las flores del bosque y me las traes, podría hacer que todos los recuerdos que tengo dentro vuelvan a los niños a los que pertenecen.
Olay fue por todo el bosque recogiendo todas las flores que se encontraba y cuando creyó que ya no quedaba ninguna regresó a casa de Urlan. El Mago empezó a pronunciar extrañas palabras y empezaron a salir de su cuerpo miles y miles de torbellinos de colores que se repartían por las flores que se convertían automáticamente en niños y niñas.Todos gritaban contentos pensando que iban a volver a ver a sus familias, pero Olay viendo la tristeza que invadía a Urlan, le propuso que se fuera a vivir con su familia y que a partir de entonces comenzara a tener recuerdos. A Urlan le pareció una idea maravillosa.

30 agosto, 2006

El Rebaño del Sueño (Cuento Infantil)

Polina y Mukina eran dos ovejitas que eran hermanas. Las dos formaban parte de un rebaño muy extraño.Las sacaban a pastar por la noche, y se pasaban todo el tiempo caminando en fila y saltando vallas sin parar. Pero a ellas no les gustaba saltar vallas, ellas preferían correr y saltar de un lado para otro sin formar parte de una fila. Esta actitud les costaba siempre una reprimenda por parte de su madre y las ovejas mayores. Un día, cuando estaban las dos jugando en su cercado, vieron que estaba anocheciendo y que nadie las sacaba a pastar al campo, tenían mucha hambre. Le preguntaron a su mamá porqué no las llevaban al prado a comer, y su madre solo les decía que tuvieran paciencia, pero una oveja viejita llamada Moira les dijo algo muy extraño. “ El señor sueño ha vuelto y no nos necesitan”.
Las dos hermanas no entendían que había querido decir con esas palabras y no le hicieron caso. Como tenían mucha hambre decidieron saltarse la valla del cercado e irse a lugar donde ellas siempre pastaban, pero cuando saltaron vieron que a al otro lado del cercado no había nada, no existía nada. ¿Dónde esta nuestra pradera? – se preguntaban- ¿Dónde están nuestras vallas para saltar, y nuestro pasto para comer?
Las dos ovejitas empezaron a llorar desconsoladamente, y de pronto empezaron a escuchar una dulce voz que decía: “Mi niño, es hora de dormir, vamos a contar las ovejitas…. Una ovejita…. Dos ovejitas….tres ovejitas….”
De pronto, donde antes no había nada, apareció un prado verde y frondoso y empezaron a aparecer ovejitas saltando por todos lados. Entre todas las ovejas vieron a Moira y le contaron lo que habían escuchado mientras estaban fuera del cercado.
La vieja Moira les dijo: “Nuestro rebaño tiene una misión muy especial, nos encargamos de llevarle el sueño a todos los niños que no pueden dormir porque tienen pesadillas, ellos son los que nos sacan al prado y nos cuentan una y otra vez hasta que consiguen conciliar el sueño”.
Polina y Mukina decidieron a partir de entonces empezar a formar parte de la fila como todas las demás ovejas y caminaban orgullosas porque sabían que estaban ayudando a que un niño pudiera quedarse dormido.

FIN

La Rosa de Marfil (Cuento Juvenil)

Aquel Domingo estaba aburrida, sin saber que hacer, decidí ponerme a recopilar todos esos pequeños objetos de recuerdo que conservaba y de los que, de algunos, no recordaba ni los motivos por el que los tenía. Entre ellos encontré una preciosa caja de madera que me había regalado mi abuela y que contenía una pequeña rosa de marfil blanco. Invadida por un alo de nostalgia la abrí, y me sorprendí al descubrir que la rosa se había convertido en suave polvo blanco. Aquello no tenía sentido y era algo tan insólito fui a contárselo a mi amiga Marión, pitonisa y vidente. Le relaté lo sucedido y por un momento se quedó pensativa, luego me pregunto si recordaba de donde procedía esa rosa. Le conté que mi abuela, antes de morir me la entregó relatándome una fantástica e increíble historia que atribuí a un momento de delirio y demencia provocado por su enfermedad.

"Cuando tenía quince años, unos amigos la invitaron a pasar unos días a una casa de campo, cerca del Lago de la Rosa. Era un lugar mágico de agua cristalina, rodeado de frondosos árboles de diferentes tonalidades de verdes y flores de todo tipo y colores, el lugar más asombroso y extraordinario que existía en la región de Tiberia. Todos iban al lago a bañarse y jugaban a bucear en lo más profundo a ver quien encontraba la piedra más hermosa. En una de sus inmersiones su amigo Drailo encontró una preciosa piedra redonda perfectamente pulida, era de un hermoso color rosa pálido, con betas de color marfil formando lo que parecían ser los pétalos de una flor. Todos estaban maravillados con la piedra, y estaban de acuerdo en que debía venderla porque le pagarían mucho dinero. Todos menos mi abuela, que insistía en que debía devolver la piedra al lago. Drailo no estaba dispuesto a deshacerse de ella, su fantasía de adolescente le hacía pensar que esa piedra le haría ganar mucho dinero.

Pasaron unos días y una noche, paseando cerca del lago, se dio cuenta de que las flores estaban marchitas y los árboles se habían tornado de color ocre dejando caer sus hojas sin parar, el agua estaba sucia y de color verdoso. De pronto vio a una niña de corta edad que se zambullía, buceaba y volvía a salir a la superficie para luego volver a sumergirse.

- ¿qué estas buscando? – le preguntó

- La piedra del Lago – le contestó la niña.

- ¿y cómo es? – preguntó mi abuela intuyendo a qué piedra se refería.

La niña describió con exactitud la piedra que había encontrado Drailo.

- ¿y que tiene esa piedra de particular para que la busques tan desesperadamente?

- Es la piedra que hace que el lago siga viviendo y sea el lugar más hermoso y paradisíaco de toda la tierra. Cuando está bajo el agua desprende un elixir mágico que hace que todo resplandezca y que mi especie no desaparezca.

Al pronunciar estas palabras, mi abuela observó que la niña tenía los dedos de las manos unidos por grandes membranas, y su cuerpo estaba cubierto de pequeñísimas y casi inapreciables escamas plateadas. Su ojos de mirada profunda eran del mismo color que el lago.

- Yo se quien tiene esa piedra, pero no creo que quiera devolverla – respondió mi abuela.

- Por favor – suplicó la niña – ayúdanos a sobrevivir.

Mi abuela, regresó a la casa y buscó entre las cosas de Drailo, encontró la piedra y se dirigió de nuevo al lago. Le entregó la piedra a la niña y en cuestión de segundos el agua se volvió transparente, los flores recuperaron sus hermosos colores y los árboles se irguieron y volvieron sus hojas a lucir todas sus tonalidades.

La niña, en agradecimiento, le entregó una caja de madera que contenía una rosa de marfil, diciéndole que tuviera muy presente las palabras inscritas en la caja"

Miré a Marión y le dije que no recordaba haber visto nada inscrito en la caja, así que cogimos la caja y vaciamos el polvo de marfil que había quedado de la rosa, y en el fondo pudimos ver unas palabras grabadas.

“Mientras el lago siga vivo, y nuestra especie continúe existiendo, esta rosa siempre vivirá porque se alimenta del cariño de los que te recordamos, y aunque tu luz se apague algún día, nunca dejaras de estar presente en nuestros corazones”

Mientras leía estas palabras lentamente, una lágrima me resbalaba por la mejilla, pues empecé a comprender el motivo por el que la preciosa rosa de marfil se había convertido en polvo.

FIN

Triste Grinaud (Cuento Juvenil)

Grinelda, era hija de un noble caballero, y al morir éste, heredó todas sus posesiones entre las que se encontraba la pequeña región de Grinaud, cuyo nombre se debía a ella misma. Gobernaba con sabiduría y justicia y todos los habitantes de la comarca la adoraban porque procuraba al pueblo paz y armonía. Todos los domingos celebraban una gran fiesta a la que acudían todos los habitantes y se organizaban concursos, bailes, juegos y luego comían y bebían hasta saciarse.
En medio de la plaza del pueblo había un pequeño pozo de piedra al que acudían todos los habitantes del pueblo y las demás regiones a coger agua, pues era la más fresca y limpia de todo el reino. Pero la verdadera razón por la que iban allí, era porque decían que el pozo era mágico. Se decía que cuando estabas triste y sacabas agua, ésta era de color negro y cuando bebías desaparecía la tristeza.
Un día, Grinelda, a la que le invadía la tristeza por la muerte de su esposo, se fue al pozo a beber, pero cuando sacó el agua, ésta no era de color negro. Volvió a meter el cubo varias veces, pero el agua seguía saliendo transparente. Regresó a su casa sumida en una tristeza aún más profunda porque pensó que nunca más recuperaría la alegría. Era tan grande la pena que tenía que poco a poco los habitantes del pueblo se fueron contagiando y dejaron de celebrar fiestas, juegos y bailes. La región entera se hundió en la tristeza.
Habían transcurrido unos meses cuando apareció en el pueblo un joven escritor que había oído hablar de la triste Grinaud, donde las plantas se habían marchitado y los animales habían huido por miedo al contagio. Venía con la intención de hablar con sus habitantes para escribir la dramática historia del pueblo pero cuando llegó a la plaza, no había nadie, parecía que el pueblo estuviera abandonado. Se detuvo al lado del pozo, y empezó a sacar los utensilios para comenzar a tomar notas de todo lo que observaba. Sacó su pluma y al sacar el bote de tinta se le resbaló y fue a parar al fondo del pozo. Viendo que no podría comenzar a escribir sin tinta y cómo estaba agotado, decidió dormir un rato a la sombra de un árbol y esperar a que apareciera algún habitante del pueblo. Cayó profundamente dormido.
Ya anocheciendo, una niña se acercó al pozo para beber agua, y al subir el cubo vio que el agua era de color negro, bebió unos sorbos y rápidamente empezó a correr por todo el pueblo llamando a todas las puertas y gritando “se ha ido la tristeza, se ha ido la tristeza”. Los habitantes empezaron a salir de sus casas y a dirigirse al pozo y conforme iban bebiendo salían saltando y cantando de júbilo. Con las risas y los gritos, el joven se despertó y al ver que la plaza estaba llena de gente cantando, riendo y bailando, pensó que se había confundido de pueblo, así que tomó sus enseres y siguió su camino en busca de la triste Grinaud.

La Capa Mortal (Cuento Juvenil)

Era un día lluvioso, el agua rebotaba con fuerza en el suelo y corría hacia las alcantarillas que estaban saturadas, un pequeño perrito hacía lo imposible por encontrar una zona seca donde tumbarse, pero todo estaba húmedo y frío. Caminaba muy despacio, la cabeza gacha, ligeramente encorvado y arrastrando sus mugrientos pies semidescalzos, sobre sus hombros colgaba una capa marrón ajada por los años. Se paró, miró al cielo, esbozó una sonrisa y murió. Tenía la piel curtida por el sol, era de esas personas a las que nunca sabes calcularle la edad, entre 35 y 60 años. Todos en el pueblo lo conocían, paseaba por sus calles desde siempre y, sin embargo, nadie sabía quien era, donde vivía, de donde venía. Contaban innumerables historias sobre él y su pasado; un oficial de un barco mercante que naufragó; un poeta enamorado que perdió la razón por el amor de una mujer; pero, en realidad, nadie sabía su verdadera historia.




Amos siempre fue un niño diferente. Luna, su madre, empezó a sufrir los dolores de parto en su casa, perdió el sentido y a los pocos minutos se despertó tumbada en el suelo con el niño en los brazos, completamente limpio y con el cordón cortado. Nunca supo que fue lo que sucedió ni quiso averiguarlo.
Amos no contaba con un año cuando pronunció su primera palabra, y a raíz de aquella primera le siguieron las demás hasta llegar a hablar como una persona adulta con tan solo 2 años. Su madre no buscaba explicaciones, ansiaba tanto aquel hijo que lo único que le preocupaba era que no enfermara o le ocurriera alguna desgracia. Cuando su marido murió de una extraña enfermedad, se prometió que cuidaría y protegería a su hijo hasta la muerte, y así lo hizo.
Luna descubrió que también estaba gravemente enferma y decidió llevar a su hijo a casa de su tía Draída, una vieja hermana de su madre que vivía en lo más recóndito del bosque de Nasif. La cabaña de la vieja Draída era invisible. Solo podías verla cuando sabias de su existencia e ibas a buscarla, y cuando ya creías que nunca la ibas a encontrar, aparecía como de la nada, en la penumbra del bosque. Ella y su marido eran los únicos del pueblo que la conocían, e impulsada por un gran desconsuelo al ver que dejaba a su hijo solo, se fue a buscarla. La noche estaba fría y húmeda, el viento soplaba con furia, de una extraña manera, parecía cargado de ira y como si quisiera arrancarle a su hijo de los brazos. Agarró al niño fuertemente y avanzó a través de los enormes árboles y espinosas zarzas, arrastrando los pies por aquel enlodado barrizal y maldiciendo a los dioses por permitir que su hijo quedara huérfano. Había avanzado casi medio bosque cuando vislumbró una brillante luz entre las ramas. Faltaban unos metro para llegar a la puerta de la cabaña cuando ésta se abrió lentamente, dejando entrever parte de la cocina en la que un caldero hervía en la vieja chimenea y una vela encendida intentaba alumbrar la estancia. Decidió pasar al interior, la habitación estaba caliente, olía a rancio y a podrido, algunos pergaminos y libros se agolpaban en un rincón al lado de la chimenea, probablemente para ser pasto de las llamas.
Llamó a su tía varias veces pero nadie respondía. Estaba agotada, con los brazos agarrotados de sujetar tan fuertemente a su hijo, y sin darse apenas cuenta se desplomó en el suelo. Amós acababa de cumplir 5 años.



Al principio vivir sin su madre fue muy duro, no alcanzaba a comprender porqué se había marchado y lo había dejado abandonado con la tía Draída, a la que, a pesar de todo, adoraba. Draída lo instruía, le enseñó el lenguaje para comunicarse con los animales, a hablar en todos los idiomas y le contaba extraordinarias historias e intentaba hacerle comprender el significado de la vida. Draída le explicaba que la vida es una sucesión de acontecimientos que no están aislados, son eslabones de una larga cadena que nos lleva a alguna parte, y que el hecho de que el hubiera llegado allí era el ultimo eslabón hacia la eternidad. Amos no entendía lo que quería decir con esas palabras, pero la escuchaba embelesado porque cada vez que ella hablaba la envolvía una aureola de una pálida luz azulada que transmitía una paz sosegada y tranquila.

Varias lunas pasaron sin que tuvieran ninguna vista, sin embargo ellos salían al bosque e incluso iban al pueblo a comprar alimentos, pero hasta entonces Amos no se había dado cuenta de que nadie les dirigía la palabra, ni siquiera los miraban. La única persona con la que cruzaban palabra era con el dueño de la tienda de comestibles, Dorian, un tío lejano del padre de Amos, que les proporcionaba alimentos una vez al mes. Amos le preguntó a su tía por el extraño comportamiento de los habitantes del pueblo hacia ellos, pero su tía siempre evitaba responderle, y después cuando volvían a casa a él se le olvidaba todo.

Cuando Amos cumplió 6 lunas, su tía le dijo que tenía reservado para él un regalo que le había dejado su madre y creía que era el momento de dárselo. Sacó del arcón de su dormitorio una capa marrón raída y descolorida por los años y se la entregó, sin pronunciar palabra alguna lo tomó de la mano y lo llevó a través del bosque. Cuando llegaron a una pequeña cueva, se metió en el interior y el la siguió a través de pasadizos y túneles de piedras de extrañas formas. Llegaron al final de uno de los túneles que no tenía salida pero Draída pronunció unas palabras en un idioma que Amos no había escuchado en su vida, Emira Tenom Efluvia Retus Nasim Asbel, repitiéndolas una y otra vez, hasta que el suelo y las paredes empezaron a temblar y una gran roca empezó a desplazarse hasta abrir un hueco a otra cueva. La nueva cueva estaba iluminada con antorchas colocadas haciendo un círculo en el centro, en el interior del círculo había una enorme piedra plana donde se podían apreciar extraños signos y letras esculpidas. Draída le dijo a Amos que se colocara en el centro de la piedra y Amos la obedeció confundido sin saber realmente que estaba pasando y al mismo tiempo contrariado porque no sabía si confiar en ella, aunque hasta ese momento siempre lo había hecho. Cuando Amós se colocó encima de la piedra, Draída le dijo que se pusiera la capa que antes le había entregado y el obedeció. Draída empezó a bailar alrededor de las antorchas y cada vez que se acercaba a una, esta parecía que escupiera fuego, pronunciaba una y otra vez las mismas palabras que utilizó para mover la roca, sudaba, parecía que estuviera poseída y de repente se tiró al suelo desfallecida. Amos estaba asustado, saltó al suelo y fue a su lado para ayudarla, la tomó en brazos y salieron de la cueva.





Ya en casa, Amós exigió a Draída que le explicara lo que había ocurrido. Y ella empezó su relato.
Le contó que pertenecían a una tribu que se hacían llamar Neverdies, que existía desde los comienzos de los tiempos pero de la que ya solo quedaban un grupo muy reducido. La peculiaridad de esta tribu era que tenían el don de la inmortalidad pero a cambio de este don debían pagar un precio, el de ser invisibles. Nadie podía verlos, solo entre ellos mismos. Amos empezó a comprender el extraño comportamiento que tenían los habitantes del pueblo.
Muchas lunas atrás apareció en la aldea donde habitaban los Neverdíes un mago llamado Aganón que les ofreció una capa mágica con la que podrían dejar de ser invisibles, pero que al mismo tiempo pasarían a ser simples mortales. Esta capa produjo un gran revuelo en el pueblo, porque todos querían utilizarla a su antojo, por lo que corría el peligro de que su tribu fuera descubierta. Los grandes jefes establecieron unas normas para la utilización de la capa y determinaron que cada uno podría elegir entre la mortalidad visibles o la inmortalidad invisibles pero de una forma indefinida. Los padres de Amós cuando se enteraron que iban a tener un hijo tomaron la decisión de hacerse mortales y visibles para que su hijo tuviera la oportunidad de relacionarse con los demás niños del pueblo ya que su tribu estaba condenada a desaparecer. Aganón les hizo una capa a cada uno.
Así estuvieron conviviendo con los habitantes del pueblo como si fueran simples mortales hasta que falleció el padre de Amos. Cuando Luna se enteró de que estaba gravemente enferma decidió que su hijo regresara al mundo de los inmortales, por eso lo llevó a casa de su tía Draída.
Amos escuchaba estupefacto la historia narrada por su tía sin dar crédito a todo lo que le contaba. Lloraba pensando que sus padres habían sacrificado su vida, su inmortalidad para proporcionarle a el un futuro entre los mortales, y que todo su sacrificio había sido en vano pues el volvía a ser invisible e inmortal.
Tras varios días le comunicó a su tía la intención de volver al mundo de los mortales, y llevar la vida que sus padres habían elegido para el. Draída tomó la noticia con tristeza pero respetó su decisión no sin antes advertirle de algunas normas respecto a la utilización de la capa. Una vez que diera el paso solo podría volver al mundo de los inmortales 2 veces, teniendo que regresar al mundo mortal transcurrido el plazo correspondiente a tres lunas llenas, o no podría hacerlo nunca más, recordándole que el período de luna a luna en el mundo inmortal correspondía a 3 años en el mundo mortal.



Celebraban las fiestas del pueblo, la plaza estaba engalanada con motivos florares en todos los balcones, los niños bailaban y cantaban cogidos de la mano, puestos ambulantes humeantes ofrecían piezas de cordero asado a cambio de 3 curdas. Amos paseaba por la plaza cabizbajo percatándose de que todos lo observaban. Nunca había sentido la mirada de nadie encima y ahora se sentía cohibido. Rápidamente recordó la tienda de comestibles a la que iba a comprar con su tía y se dirigió hacia ella. Cuando la encontró, tímidamente pasó al interior, advirtiendo que la persona que atendía no era Dorian. Cuando el le preguntó por Dorian, el tendero le dijo que no conocía a nadie con ese nombre, que él siempre había sido el dueño de esa tienda desde hacía muchos años. Entonces Amos comprendió que Dorian también era invisible como él y que nadie más podía verlo, y sin embargo él desde su invisibilidad lo estaría observando sin reconocerle puesto que se había convertido en un joven de 23 años.

Se sintió solo, desorientado, sin saber qué hacer, ni a quien dirigirse, salió rápidamente de la tienda mirando a uno y otro lado, y empezó a caminar sin rumbo. Ya anocheciendo llegó a la plaza del pueblo donde se celebró la fiesta, había estado dando vueltas por el pueblo y estaba exhausto. En la plaza no quedaba nadie, la suciedad delataba el festejo de la mañana, las flores marchitas y pisoteadas cubrían toda la plaza, Amós se sentó en el bordillo de la fuente seca que se encontraba en medio de la plaza preguntándose acerca de su futuro como mortal. De pronto, notó como alguien le ponía una mano sobre el hombro, inmediatamente volteó la cabeza y se encontró con un anciano de piel oscura que lo miraba fijamente. Al cabo de un rato habló con palabras secas que para Amos en ese momento no tenían ningún sentido. “Navega sin rumbo, se adentra en el mar, mira hacia el fondo y vuelve a la eternidad” – fueron sus palabras. Amos se alejó del anciano pensando que era un pobre loco, y caminó durante largo tiempo hasta el amanecer. A través de las brumas de la mañana, empezó a distinguir lo que parecían ser las velas de un barco. Rápidamente se acercó y pudo comprobar que en el puerto se encontraba atracado un enorme barco donde trajinaban algunos marineros y pensó en las palabras del anciano, “..Navega sin rumbo…. Se adentra en el mar…” y tomando las palabras como una señal se enroló como marinero.




Los años transcurrieron viajando por lugares exóticos y desconocidos para el, aprendió rápidamente las labores de su rango, y en pocos años y debido a los conocimientos adquiridos durante ese tiempo fue nombrado primer oficial. Amos pensó que toda su vida había estado encauzada a vivir y trabajar en un barco, nunca pensó que pudiera dedicarse a otra cosa. Acababa de cumplir 35 años cuando, durante la noche, se desató una horrible tempestad; el mar se agitaba inquietante y amenazador, las olas arrasaban la cubierta y el barco se balanceaba de un lado a otro, pronto una gigantesca ola atrapó el barco por completo y lo hundió. El fuerte oleaje no permitía que los tripulantes subieran a la superficie a respirar y unos y otros se intentaban aferrar a trozos de madera para poder sobrevivir. Amós no podía moverse fácilmente debido a su capa, le pesaba demasiado para poder manejarse y se le hacía imposible ayudar a sus compañeros a salir a la superficie, rápidamente se deshizo de ella y empezó a bucear buscando a los tripulantes y agarrándolos a los restos de madera del barco.





El sol proyectaba sus ardientes rayos sobre la arena. La playa estaba solitaria, restos del barco flotaban en el agua y se repartían a lo largo de toda la orilla. Amos despertó por el incesante sol que quemaba su cuerpo desnudo. Estaba cubierto de arena y algas, magullado por todas partes. Se incorporó y aún mareado empezó a mirar a un lado y a otro, solo alcanzaba a ver los restos del naufragio pero a ningún tripulante. Corrió por la orilla, se adentro en el agua, volvió a salir, y rendido y compungido cayó de rodillas en la arena maldiciendo su suerte. Al momento empezó a escuchar murmullos, y a lo lejos pudo divisar como dos tripulantes caminaban por la orilla, uno apoyado en el otro, tambaleándose. Rápidamente empezó a gritar y a agitar sus brazos, pero los dos tripulantes, a los que en seguida reconoció, hacían caso omiso. Poco a poco empezaron a aparecer todos los tripulantes e incluso el capitán y Amos corrió hacia ellos y empezó a llamarlos inútilmente, aun no se había dado cuenta de que estaba completamente desnudo. La tripulación pasó de largo, Amos no dejaba de hacer aspavientos delante de ellos desesperado porque empezó a comprender que al deshacerse de su capa se había desecho de su poder. Gritaba y lloraba, retorciendo su cuerpo en la arena y maldiciendo una y mil veces al mar por haberle arrebatado su mortalidad. Estuvo horas tumbado en la arena con el sol abrasándole el cuerpo y gritando pidiendo la muerte. Súbitamente se levantó y empezó a caminar hacia el mar, y a nadar hacia adentro, nadaba y nadaba, y cuando dejaba de hacerlo nunca se hundía, flotaba como si estuviera asido a un tronco de madera, adentrándose cada vez mas en el mar. A los pocos días divisó un barco pesquero que faenaba por aquellas aguas, y pensando que podría ser la salvación de la tripulación, empezó a pronunciar extrañas palabra agitando el agua con los brazos, y en un segundo se encontró rodeado del banco de peces más grande que un pescador pudo haber visto jamás. El barco pesquero rápidamente divisó el banco y se dirigió hacia el agradeciendo la fortuna de tal hallazgo, pero Amós seguía pronunciando las palabras y se movía hacia la isla donde se encontraba la tripulación y los peces le seguían, así fue como los encontraron y los salvaron.
Mientras flotaba en el mar, le vinieron a la mente las palabras que un día pronunciara su Tía Draída “…la vida es una sucesión de acontecimientos que no están aislados, son eslabones de una larga cadena que nos lleva a alguna parte…”.



Pasaron varios meses y guiándose por los conocimientos en astronomía que había adquirido en el barco, llegó al bosque donde vivía su tía Draída.
Amos le relató todo lo que había ocurrido y Draída no podía dejar de compadecer a su sobrino por su mala fortuna, pero a la vez se sentía orgullosa porque había ofrecido su mortalidad en favor de otras personas.

Tres lunas pasaron hasta que Amós pudo regresar a la mortalidad. Durante ese tiempo Amós adquirió otro tipo de conocimientos relacionados con las letras y la literatura. Pensó que podría vivir como escritor en el pueblo. Antes de marcharse su tía le otorgó otra capa y le dijo que no era necesario que la tuviera puesta, simplemente con tenerla ya ejercía su efecto, pero si en algún momento la extraviaba o dejaba de pertenecerle perdería todo su poder, y volvería a la inmortalidad. Amos prometió que nunca la perdería de vista. Volvió con 45 años.
Alquiló en el pueblo una pequeña cuadra que adecuó para habitarla. Allí se dedicaba a escribir cuentos que vendía al librero del pueblo y con los curdos que le daban pagaba el alquiler y se mantenía. No le daba para mucho pero lo suficiente para no morirse de hambre. Pronto sus cuentos y poemas llegaron a oídos de la Reina de la comarca, pues tenía varios hijos y solían comprarle los cuentos al librero. Una tarde, cuando Amós se encontraba en la librería vendiendo algunos cuentos, apareció la mujer más hermosa que jamás había visto. Con la tez pálida como la nieve, ojos azules y profundos en los que podías perderte eternamente, labios rosados que invitaban a besarlos y su pelo suave que acariciaba sus hombros desnudos. Amos, por un momento, quedó perturbado, embelesado, atontado. No podía dejar de mirarla, pero cuando se dio cuenta de su insolencia, bajó la mirada.
Le dijeron que era la Reina Lyssondra a la que a veces le gustaba relacionarse con el pueblo para saber de sus necesidades. La acompañaba su séquito cargado con gran cantidad de presentes valiosos y seguidos por una recua de caballos blancos cabalgados por 7 damas a cual mas hermosa, pero nunca equiparables a la belleza de la Reina.
Desde aquel día no pudo dejar de pensar en ella. Dejó de escribir cuentos para escribir solo poemas donde ella era su musa, su inspiración. Pero un fatídico día, entre varios cuentos que compró para sus hijos, el Rey encontró uno de los poemas. Creyendo que la reina le estaba siendo infiel la desterró del reino y la condenó a vivir sola en el bosque para siempre, prohibiéndole a todos los habitantes del reino que la ayudaran, castigando con la muerte a quien incumpliera sus órdenes.
Amós se sintió culpable por la situación de la Reina y decidió hacer todo lo posible por ayudarla, aun desobedeciendo el mandato del Rey. Se llevó a Lyssondra a una vieja cabaña abandonada que conocía en el bosque, y allí la cuidaba e intentaba alimentarla pero Lyssondra cada vez estaba más débil, tenía fiebre muy alta y no quería comer. Amós recordó los conocimientos que tenía de medicina y las pócimas y conjuros que su tía Draída le había enseñado en su infancia y a base de estos conocimientos pudo salvar la vida de la Reina. Mientras el Rey se había convertido en un déspota y tenía completamente abandonado y hambriento a su pueblo. Una de las veces que Amós fue al río a por agua, los peces le contaron que el Rey hundido y arrepentido estaba buscando a Lyssondra para que volviera con el. Amós se enfureció porque no quería separarse de ella, cada día estaba más enamorado y le quemaba la idea de que volviera con el Rey, así que decidió no contarle nada a Lyssondra. El crudo invierno se les echó encima, era el invierno más frío de la historia, el gélido viento se colaba por las ranuras de las ventanas, y Amós temiendo que Lyssondra enfermara de nuevo tomó la decisión de volver al pueblo. Le contó a Lyssondra la situación en la que se encontraba su pueblo y que el Rey la estaba buscando, pero que no se lo había contado antes porque no podía soportar la idea de separarse de ella. Lyssondra no se enfadó con él porque en silencio ella también había empezado a amarle, pero sabía que tenía un deber que cumplir y no podía abandonar a su gente y su pueblo. Caminaron los dos abrazados por la fría nieve contra el viento que congelaba sus manos y sus cuerpos, arropados los dos con la capa de Amos como único impedimento hacia la congelación completa. Lyssondra se desplomó exhausta pidiéndole a Amos que continuara él, que no podía dar un solo paso porque tenía las piernas entumecidas. Amós arrastró a Lyssondra hacia una pequeña cueva y la cubrió por completo con la capa, la besó y salió de la cueva. Comenzó a pronunciar las palabras que Draída le enseñara para comunicarse con las aves y apareció volando un precioso águila con enormes alas que agarró a Lyssondra entre sus garras y la llevó hasta palacio llevándose con ella la capa y la mortalidad de Amos. Regresó a casa de Draída. Era la segunda vez que volvía del mundo mortal por lo que si decidía convertirse otra vez en mortal, ya no podría regresar nunca más.




Era un día lluvioso, el agua rebotaba con fuerza en el suelo y corría hacia las alcantarillas que estaban saturadas, un pequeño perrito hacía lo imposible por encontrar una zona seca donde tumbarse, pero todo estaba húmedo y frío. Caminaba muy despacio, la cabeza gacha, ligeramente encorvado y arrastrando sus mugrientos pies semi descalzos, sobre sus hombros colgaba una capa marrón ajada por los años. Se paró, miró al cielo, esbozó una sonrisa y murió…………..

FIN